Somos jóvenes, tenemos ideas, somos capaces de juntarnos y desarrollar estas ideas y ponerlas en práctica, establecer un plan, arriesgarnos, poner nuestro propio dinero, solicitar a la familia, los amigos y a los locos el dinero que nos falta para empezar a dar los primeros pasos, nos sentimos felices, el asunto es muy difícil, las ganas mayúsculas, el empuje inmenso, superamos los altibajos, cuando nos acecha el desánimo, se nos abre una puerta, seguimos, lo intentamos otra vez, tropezamos de nuevo, nos levantamos, ya parece que nuestras ideas toman cuerpo y el mercado empieza a reaccionar, necesitamos colaboradores que nos ayuden. Somos una familia. Esta es con sus peculiaridades y particularidades la película inicial de un emprendedor.
Ya lo tenemos, el emprendedor, además, está súper-ocupado con la marcha de su proyecto, totalmente involucrado, no hace nada sin consultar a sus socios y viceversa, las reuniones de brainstorming son largas, emocionantes, y además… podemos hacer esto y lo otro, has visto aquello… nos puede interesar…se toman decisiones, se consulta con mentores, participan en programas de aceleradoras, se ubican en una plataforma de co-working o parecido, se hallan en medio de otras personas que como ellos están en la aventura de la emprendería.
La comunicación es fluida, los intereses comunes parecen claros y compartidos. La compañía crece, cada vez somos más, nos mudamos e independizamos, el mercado acepta nuestra propuesta de valor, luchamos por más y más. Si hace falta más dinero, todavía es difícil lograrlo, con una diferencia, ya no vamos a la familia, amigos y locos sino a los mercados de capitales. A veces son préstamos otras Venture Capital, entra un socio externo que le ve posibilidades de multiplicar su dinero.
La compañía se hace más compleja, los socios iniciales han pasado la etapa de emprendedor a la de ejecutivo-directivo, cada uno toma las riendas de los departamentos que le son más afines a sus capacidades. Y se empiezan a perder las buenas costumbres de reunirse para hablarlo todo, desde la estrategia hasta los pequeños detalles de acciones concretas.
La distancia aumenta, las reuniones se densifican y agonizan, las urgencias del día a día son una sombra cada vez más profunda, las decisiones son más difíciles de tomar. Hay que aprender las habilidades de directivo, delegar, organizar, alinear los objetivos, establecer responsabilidades y rendición de cuentas. La compañía crece sin parar, hay que estar organizándose continuamente.
Y aquí empiezan las dificultades, éramos emprendedores y nos hemos convertido en directivos sin jefe a quién rendir cuentas, sólo a nosotros mismos. El problema, que no siempre se hace. Nos conocemos desde el principio, sabemos mucho el uno del otro, nuestras vidas personales han cambiado, nuestros intereses personales también y los profesionales parece que han perdido el rumbo. Nos hemos asignado una responsabilidad, uno de nosotros es CEO, y la rendición de cuentas se diluye entre los emprendedores de origen.
Se hacen muchas actividades y proyectos cada vez es más difícil alinear a los colaboradores. ¿qué está pasando?, los colaboradores empiezan a desorientarse, algunas bajas de personas que parecían imprescindibles, las necesidades de la compañía son otras los puestos clave son otros, no hemos preparado a los colaboradores para su desarrollo profesional dentro de la compañía. Y todo empieza a crujir.
Y es el momento que estos emprendedores que pasaron a directivos se conviertan en empresarios, para pensar a dónde quieren llevar la empresa, cómo la ven dentro de 10 años, qué posición quieren ocupar, qué estrategia se va a seguir, volver a las sesiones de brainstorming, buscar oportunidades relacionadas con sus objetivos, mirar y observar para crear de nuevo y dejar la compañía en manos de profesionales que sepan dirigirla, marcar objetivos y prioridades, solicitar la rendición de cuentas, también para ellos mismos enfrente de los empresarios.
Esto es muy difícil, parece como si te dijeran que no sirves y no nos damos cuenta del VALOR que aportaríamos. Los emprendedores hemos desarrollado ideas, y para esto somos excelentes, nadie dice que lo seamos como directivos, algunos sí otros no, y no es malo, solamente hace falta un poco de humildad para reconocerlo. No porque hayamos creado una empresa tenemos la capacidad de dirigirla. Todo tiene su momento, por supuesto hay que darse cuenta.
¿Cuándo es el momento de pasar de directivo a empresario?, no lo sé, o sí, cuando la relación entre socios se acidifica, la comunicación es más difícil, no paramos a comprender la posición del otro, ya sabemos lo que va a decir, partimos de demasiados prejuicios, entrevemos que no todos empujamos de igual manera y empezamos a juzgar. Solamente cuando comprendemos dejamos de juzgar, cuanto más juzgamos, menos comprendemos. Y se nota, la alineación de los socios sobre la marcha de la compañía no es absoluta y las ganas por ir a trabajar cada mañana y encontrarte con ellos debe ser un 10 en una valoración de 1 a 10.
Tiempo de plantearse nuevos retos y el valor aportado. Puede ser mucho. El freno, el miedo a pensar que ahora no valgo, mis socios no reconocen mi trabajo, nos volvemos intransigentes y aquello que nos divertía se fundió. Qué lástima.
Emprendedores, pasamos a directivos y luego a empresarios, una grandeza poder hacerlo, un LOGRO personal inconmensurable. Solamente hace falta escuchar, mirar, observar, preguntar, pensar y tomar la decisión. Nuevas oportunidades, nuevos retos de lo que sabemos hacer.